Contra todo pronóstico. El ambiente enrarecido alrededor de lo que sonase a Vinotinto en estos meses pasó a un segundo plano y el fútbol de la sub-17 terminó imponiéndose hasta el logro del boleto al Mundial.
El trabajo de Valiño es una luz de esperanza. Y no solo por quién es el entrenador sino por el jugador venezolano. Quedó demostrado que el talento sigue surgiendo en el balompié criollo y que lo más importante es encaminarlo, entender cómo encaminarlo.
En el estreno frente a Argentina parecía que la ruta iba a ser más cuesta arriba de lo esperado. Errores evitables, una derrota sin atenuantes. Pero también se vieron los primeros asomos de que había material, de que se podía moldear el equipo para hacerlo competitivo.
Con el paso de los encuentros, no solo David Martínez fue el protagonista. Cada futbolista se ganó su espacio, haciendo su aporte para que el mérito final fuese colectivo. Los fallos defensivos aminoraron, pese a que se pudieron marcar más goles de los que firmaron la gesta.
La primera “final” fue contra Bolivia y Venezuela la pasó con buena nota. Clasificar con antelación al hexagonal permitió ajustes de cara a los duros rivales por venir y a la altura quiteña. Cuando el calendario puso a Brasil y Argentina de primeros había respeto más no temor.
La selección plantó cara ante las dos potencias y realizó los ajustes para las siguientes “finales” contra Chile y Paraguay. Dos partidos que no fueron fáciles, en los que los rivales resultaron incómodos pero sucumbieron ante los buenos segundos tiempos nacionales.
Entre tanto, en Venezuela, partido a partido, el país se fue acercando al equipo. De la resignación de otro ciclo que lucía perdido a la emoción por un equipo con el que se identifica la gente. Y ahora la alegría por un elenco que se convirtió en mundialista.
Javier Rivera (@JavierRiveraVen)
Foto: Yahoo
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