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Ortiz, del guante de cartón al balón salvador

La vida de Sergio Ortiz ha sido tan difícil como tomar aquella trascendental decisión que de un momento a otro cambió el curso de su destino. Son apenas 19 los calendarios que ha recorrido, pero las experiencias de camino relatan el transitar de un joven que ha lidiado con cualquier cantidad de adversidades sin rendirse. Ya cumplió la primera gran misión: formar parte de un equipo, aunque todavía no lo ha hecho como jugador profesional.

Su condición de juvenil le ha permitido hacerse un espacio en el elenco dirigido por César Modesto González, aunque demasiadas sean las cosas que el delantero oriental tenga que demostrar.

“Caracas” es su apodo, aunque no fue precisamente la ciudad capital de Venezuela donde dio sus primeros pasos. Su nacimiento se produjo en Barbacoa, Anzoátegui, estado que a los 10 años tuvo que abandonar en compañía de su madre, padrastro y hermanos menores debido al fallecimiento de una de sus hermanas. Ese fue el primero de muchos episodios.

“Mi mamá tuvo que trabajar muy duro junto a mi padrastro para poder mantener a la familia. Nos mudamos a Caracas y ahí, con el tiempo, empecé a jugar béisbol. Tenía muchas habilidades porque desde niño me gustó el deporte”, expresó haciendo alusión a lo que fue el inicio del camino, que con el pasar de los años tomaría una dirección distinta.

Con un guante de cartón, el pequeño Sergio era estrella en Santa Cruz del Este, barrio donde comenzó a tejer el sueño de algún día mostrar su talento ante la presencia de muchos aficionados. Aquel brazo derecho invisibilizaba la pelota, dejando perplejo a cualquier bateador rival. Pero eso no era todo, porque ser un experto robando bases le hacía ver como un corredor de cuidado sobre las almohadillas, donde jamás supieron sacarlo de circulación.

“Cuando uno es de barrio, se las juega todas en cualquier partida y así vas aprendiendo. Jugaba en varias posiciones, casi siempre formando parte de categorías en las que tenía compañeros mayores que yo. Las cosas siempre salían bien”, agregó.

Para lo anecdótico quedó aquella forma que utilizó para pertenecer a los Gigantes del Sureste, equipo con el cual brilló:“para jugar tuve que mentir. La primera vez que pisé un campo de béisbol de verdad, el entrenador me preguntó si sabía jugar y sinceramente solo lo hacía en las calles, pero le dije que sí”. Ya en el tercer entrenamiento era titular.

Tal vez el nombre de Sergio Ortiz se pudo haber escrito en la misma rotación que tiene a elementos de talla como R.A. Dickey y Mark Buehrle, porque en algún momento estuvo en el radar de los Azulejos de Toronto, hasta que una promesa cambió el panorama por completo.

“Un día, conversando con mi papá, él me dijo que su sueño era verme siendo futbolista profesional. Ese deporte le apasionaba mucho y entonces me confesó eso. Cuatro días después murió. Le prometí que cumpliría su sueño realidad y aquí estoy”, explicó la joven promesa. Su rostro cambió, tal cual como ocurrió al panorama de entonces.

Pero todo final trae consigo un nuevo recomenzar, además que el balompié venezolano también le agradaba. En Medellín, ciudad colombiana donde Aragua Fútbol Club realizó su pretemporada previo al inicio de la 2013-2014, dejó claro que tiene un ídolo: Javier Villafraz, quien para aquellos días formaba parte de la plantilla aragüeña: “Jamás olvidaré aquel gol que le marcó al Caracas con la franela del Deportivo Táchira en una final. Yo fui al estadio y lo grité como nadie. Es una de las mejores anotaciones que he presenciado”, dijo. 

Lo que no sabía es que el caprichoso destino le tenía preparado un premio al esfuerzo, porque en la mañana del domingo 11 de agosto de 2013, cuando disputaba su primer partido en Primera División, un preciso pase de “Villa” tuvo como destino su botín derecho, con el cual apuntó a la distancia y disparó en dirección al arco de Estudiantes de Mérida. La anotación, de alta factura, supuso el 1-0 a favor del conjunto local, pero había más, porque minutos más tarde, Ortiz fue testigo de una sensacional anotación de su héroe merideño, cuando este, valiéndose del talento individual, perforó la red andina para colocar el 2-0.

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“Marqué gol en mi primer partido y al lado de mi ídolo. Ese mismo día él también marcó. Fue una sensación que no puedo describir, porque vivirla es algo único. No podía creer cuando fue a felicitarme por la forma como estábamos jugando”, aseguró.

Fue formado en Centro Ítalo
Las mismas calles que le vieron brillar con su brazo portentoso también fueron testigos de una innata habilidad con la esférica. Fue así como comenzó la primera parte de una historia que tuvo su segundo episodio en lo que considera es el salto más importante hasta ahora. Cuenta que desde lejos lo veían, hasta que un día decidió retarse probando su capacidad.

“La cancha de Centro ítalo quedaba arriba de donde jugaba con mis amigos, así que viéndome, un día me llamaron para ir a practicar. Les gusté a los técnicos, pero como el proceso de fichajes había terminado, tuve que esperar para jugar Interregional. Mi primer entrenador fue Alessandro Villa, quien por intermedio de Juan Carlos Olivera, un amigo, pidió que fuese a las prácticas”, recordó.

“Más que títulos, en Centro ítalo gané muchos amigos y grandes experiencias. La primera vez que me monté en un avión fue con ese equipo, además de que disputamos cualquier cantidad de juegos espectaculares. Le agradezco a Dios por todo eso”, expresó el dos veces campeón Sub.20 y una vez monarca de la categoría Sub.18, siempre haciéndose con la distinción de máximo artillero de este combinado que antes representaba.

Meta: ser un vinotinto triunfador

Sergio comparte la misma meta de muchos jóvenes practicantes del balompié: formar parte de la Selección Nacional. Junto a Pedro Valdés, su compañero de equipo, ha estado en varios módulos de las menores, pero considera que debe esforzarse al máximo para llegar.

“Para cualquiera es un orgullo ponerse la franela vinotinto, pero por supuesto que eso es producto de un arduo trabajo. Si me llegase a tocar la oportunidad a futuro la aprovecharía al máximo, pero primero debo hacer que esta llegue a mí”, aseveró el 27, quien recientemente fue convocado por Miguel Echenausi para el primer módulo de trabajo de la Selección Nacional Sub.20 en compañía de su compañero de equipo “Pilinki” Valdés.

Un rostro que lo motiva

Detrás del joven que lucha por un sueño se esconde un padre de familia, que ve en el rostro de su pequeña Sergialis al principal motivo de su lucha diaria, tal como expresó en relación al tema: “puede que sea algo joven para ser padre, pero mi hija es una gran bendición que Dios me dio. Al verla, siento que tanto sacrificio vale la pena, por lo cual nunca me rendiré. Tengo muchas cosas que mejorar, pero sé que todo vendrá con la práctica”.

Aquel guante de cartón ahora está olvidado en la intimidad de una gaveta guardadora de tesoros, quedando para la historia de un cuento que se relata. Mientras tanto, el balón es salvador de ilusiones, porque a donde quiera que vaya, Sergio Luis no cree en lo imposible. Solo trabajo y esfuerzo son claves del futuro exitoso, ese que de a poco construye persiguiendo una gran meta: ser un grande en Venezuela sin olvidar al muchacho soñador.

Ficha técnica:

Nombre: Sergio Luis Ortiz Requez.
Fecha de nacimiento: 08/03/1995.
Lugar de nacimiento: Puerto La Cruz, Anzoátegui.
Equipos: Centro Ítalo de Caracas (2010-2013) y Aragua Fútbol Club (2013-Actualidad).
Campeonatos: dos series interregionales Sub.20 y una Serie Interregional Sub.18
Ídolo en el Fútbol Nacional: Javier Villafraz.
Ídolo del Fútbol Internacional: Juan Arango.

Prensa Aragua FC
Lavinotinto.com

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