Los progresos del fútbol femenino en Venezuela son evidentes, aunque no ante los ojos de la mayoría. La presencia del Caracas en la semifinal de la Copa Libertadores se suma a una lista de logros que sigue creciendo.

A pesar de que hace un año la Vinotinto femenina estuvo presente en el Mundial sub 17, el apoyo a la disciplina -prometido con bombos y platillos en ese momento- aún no llega. Se mantiene el esquema de inversiones particulares, de oídos sordos ante las solicitudes de ayuda en los entes públicos y privados.

La cantidad de jóvenes que practican la modalidad aumenta pero los recursos siguen siendo escasos. La propia estructura en lo macro y en lo micro no se adecúa a los tiempos que corren, basada más que todo en una trabajosa subsistencia. Una muestra es la irregularidad de la liga nacional.

En medio de tanta dificultad, el avance del cuadro rojo en Brasil es una lección. En cada una de sus tres presentaciones en el torneo continental ha mejorado en relación a la precedente y ha revelado al resto del balompié sudamericano a jugadoras de talla internacional en planteles enteramente criollos.

Esta vez, la televisión acercó un poco más los partidos al gran público, pero la identificación con la disciplina todavía sigue lejana. Aunque las recientes hazañas no son como para pasarlas de largo, esa masa de personas, acostumbrada a consumir éxitos, no ha encontrado un gran golpe que la impacte.

El fútbol femenino nacional tiene mucho a favor para alcanzar ese efecto. Sin embargo, requiere hacerse una revisión general, que abarque desde el estamento federativo hasta las propias futbolistas, con el fin de apuntalar una actividad que en medio de dificultades ya suma varias alegrías.

Javier Rivera