El adiós de Usain Bolt, física y deportivamente el más grande, en los Mundiales de Londres deja un agujero de tales dimensiones en el atletismo que difícilmente podrá ser colmado por una sola persona.
Durante diez años, el rey de los deportes ha vivido, en gran parte, de las rentas que ha generado el astro jamaicano no solo con sus marcas espectaculares sino por su carisma, su talento para atraer la mirada de las cámaras. El negocio ha gravitado sobre sus espaldas.
«A lo largo de toda mi vida no recuerdo a ningún deportista, hombre o mujer, salvo Mohammad Ali, que haya captado la imaginación del mundo del deporte como lo ha hecho Usain Bolt». Son palabras de otro atleta carismático, Sebastian Coe, actual presidente de la IAAF.
El estadounidense Michael Johnson, por todos considerado el último exponente carismático de la generación liderada por Carl Lewis, colgó las zapatillas de clavos en los Juegos Olímpicos de Sydney con una medalla de oro en 400 y un crono excelente de 43.84.
Bolt contaba entonces 14 años. Aún le faltaban dos para conseguir su primer título mundial júnior y ocho para causar el estallido de los Juegos de Beijing 2008, donde sus tres oros -100, 200 y 4×100, todos con récord mundial incluido- le entregaron las riendas del atletismo. Desde entonces condujo el carro con mano diestra.
Sin medallas de oro (una sola, y de bronce), su despedida en Londres no ha tenido una altura deportiva equiparable a la Michael Johnson en Sydney, pero su impacto mediático ha sido, sin duda, mucho mayor. Su derrota frente al viejo Justin Gatlin y el cachorro Christian Coleman en la final de 100 metros no rebajó un solo decibelio la intensidad de los gritos del público en su apoyo.
Nunca antes se había visto un campeón de 100 metros tan triste en un podio. Gatlin sobrellevó con dignidad los abucheos del público y entonces Usain Bolt dio muestras de su categoría humana, abrazando al proscrito -dos veces sancionado por dopaje- que le había privado del adiós perfecto.
Relegado a la condición de rey o papa emérito, nadie parece tener prisa por desencadenar la batalla por la sucesión del gran ídolo, como si todavía les intimidara la enorme figura de Bolt (1,95 metros, 94 kilos).
En la cuestión hereditaria, Gatlin, cinco años mayor que Bolt, está descartado por razones biológicas, y Coleman, de 21, ha ocupado en Londres un segundo plano, sin dejar, por cierto, señales de atesorar el carisma imprescindible para alcanzar la primacía dentro de la realeza.
Las miradas de casi todos los aficionados se concentran ahora en Wayde Van Niekerk, la punta de lanza del pujante atletismo sudafricano.
Argumentos atléticos le sobran para reclamar el cetro: campeón olímpico y mundial de 400, recordman universal de la prueba (43.03) y el hombre llamado a romper la barrera de los 43 segundos en la vuelta a la pista.
Ningún otro atleta de la historia tiene una combinación tan espectacular de marcas en carreras de velocidad. Es el primero que atesora marcas por debajo de los 10 segundos en 100 (9.94), de los 20 segundos en 200 (19.84) y de 44 segundos en 400 (43.03).
Pero el cronómetro no basta para coronar al nuevo rey del atletismo. Hace falta, además, tener algo tan etéreo como el carisma, talento natural para manejar las emociones de las masas, para conducirlas ante el televisor en cualquier parte del mundo, para obligar a los camarógrafos a prestarle atención constante porque en cualquier momento puede ensayar una nueva coreografía. Y Van Niekerk, en el día de la despedida de Bolt, carece de esa cualidad. Al menos, todavía, y no es sencillo aprender un don que no se tiene en el bagaje natural.
Lleva cuatro años en candelero. Van Niekerk fue campeón mundial en Beijing 2015 y campeón olímpico la temporada siguiente. En Londres ha repetido título y sus marcas alimentan el eterno debate sobre los límites de la naturaleza humana.
El propio Bolt le ha señalado: «Es el atleta al que hay que mirar ahora», pero ni punto de comparación. Van Niekerk no es un showman, su repertorio de gestos se reduce a esbozar una tímida sonrisa, no escenifica poses atractivas para los fotógrafos, su piel es mate, no cautiva a los paparazzi. Es un simple estudiante de marketing en la Universidad de Free State que se define a sí mismo como «un chico sencillo y disciplinado».
Como yerno no tiene precio. Para ser el nuevo rey del atletismo universal, tendrá que empezar a aplicar lo que aprende en la universidad.
EFE
Lavinotinto.com