Cuando la selección brasileña decidió reemplazar a su principal responsable a finales de 2012, había un argumento claro, casi indiscutible, para designar a Luiz Felipe Scolari como nuevo entrenador. Al fin y al cabo, se trata del último seleccionador que condujo a Brasil a la conquista de un título mundial en la Copa Mundial de la FIFA Corea/Japón 2002™, informó la pagina de FIFA.
Sin embargo, hay otra poderosa razón que da a Felipão el perfil necesario para hacerse cargo del combinado nacional tanto en la cita mundialista como en la Copa FIFA Confederaciones que empieza este sábado: además de su experiencia en obtener grandes resultados, sabe lo que se necesita para lograrlo en casa, con todo lo positivo y lo negativo que puede tener dentro de la cancha la condición de local.
La carrera de Scolari como seleccionador comenzó en 1990, cuando dirigió a Kuwait y ganó la Copa del Golfo aquel mismo año, ante su público. Mucho después, en su trabajo más famoso como técnico de un equipo anfitrión, fue uno de los símbolos del conjunto portugués que, aunque no conquistase la Eurocopa 2004 —al caer por 0-1 ante Grecia en la final—, sin duda restableció el orgullo de los lusos por su formación nacional.
“Él percibía que los portugueses llevaban muchos años sin estar próximos a su selección, y su prioridad fue implicar a todos los portugueses, para que creyesen en nosotros. Eso ayudó a catapultarnos hacia el éxito. En términos psicológicos, está muy por encima de la media”, cuenta aFIFA.com el centrocampista Maniche, titular de aquel equipo. “Fue una pieza importantísima no solo para los jugadores, sino para toda la población portuguesa. Fue él quien hizo que los portugueses volviesen a sentirse orgullosos de su selección. Motivó tanto a los futbolistas como a los hinchas, que estuvieron al lado del equipo”.
Porque, aunque a priori jugar en casa pueda traducirse tanto en presión acumulada como en una dosis suplementaria de motivación, Scolari y aquella selección portuguesa supieron canalizar toda la energía del público para que los efectos fuesen, por encima de todo, positivos. Los estadios abarrotados apoyaron incondicionalmente a la Selecção das Quinas, hubo una fiebre de banderas de Portugal colgadas de las ventanas, y las caravanas para acompañar al autobús del equipo en dirección a cada campo se convirtieron en un espectáculo por sí mismo.
Son recuerdos que no olvidará uno de los integrantes más cuestionados de aquel equipo, y que continúa agradeciendo a Felipão la confianza depositada en él: el guardameta Ricardo, héroe de la clasificación para semifinales, con atajadas que pasarían a ser históricas, sin guantes, en la tanda de penales contra Inglaterra.
“Scolari fue el timonel de aquella fuerza adicional que se creó en torno a la selección”, confirma a FIFA.com. “Fue él quien pidió a la gente que pusiese banderas en las ventanas, y quien le pidió que cantase el himno con toda la fuerza posible, dentro y fuera de los estadios. Camino del estadio, los jugadores dentro del autobús ni siquiera se sentaban, para ver a aquella masa humana que nos acompañaba”.
¿Brasil tras los pasos de Portugal?
Ese tipo de estímulo es el que la selección brasileña intentará trasladar a todo el país a partir del momento en que salte al campo frente a Japón, este sábado en el Estadio Nacional Mané Garrincha de Brasilia. Con la diferencia de que, en este caso, la afición está malacostumbrada por cinco títulos mundiales, y no considera un éxito cualquier cosa distinta del trofeo, conseguido además con buen fútbol. Por lo tanto, es más fácil que jugar en casa represente aquí un factor de presión.
“Es completamente distinto”, explicó Scolari a la FIFA en abril, durante los preparativos para el certamen. “La presión que procede del ambiente —me refiero a los medios y a la población como un todo— hace que uno adopte actitudes que tal vez no tendría en otras ocasiones. Cuando se trata de un amistoso, que es lo que hemos jugado hasta ahora, la implicación no es la misma. Especialmente cuando se juega en el extranjero: no se tienen los mismos elementos de presión y la misma necesidad de ganar. La Copa Confederaciones será crucial para identificar las reacciones de los jugadores, tanto positivas como negativas, y a partir de ellas tomaremos decisiones con vistas al Mundial”.
La relación del entrenador con el público sí es importante, pero en última instancia el trabajo se centra fundamentalmente en guiar a quien puede inclinar la balanza dentro del campo: los jugadores. Y esa es precisamente la especialidad por la que es más conocido Luiz Felipe Scolari. “Es muy emotivo. Juega con el aspecto psicológico de sus jugadores”, señala Maniche.
“Por ejemplo, después de cenar, cuando llegábamos a la habitación, teníamos un poema debajo de la puerta para que lo leyésemos y reflexionásemos sobre lo que esperaban los portugueses. Muchas veces hablaba de personas con dificultades económicas y que pagaban la entrada para ir a los partidos. Con esas pequeñas cosas, marcaba una gran diferencia antes de un partido importante”.
Desde ahora, y durante los próximos doce meses, todos los encuentros oficiales de Brasil serán eso: duelos importantes. El simple hecho de tener una afición exigente, controlando de cerca cada paso, hace que lo sean. Por lo tanto, lo que contará son los resultados. Pero que el entrenador ya haya vivido una situación parecida constituye, como mínimo, un buen comienzo.
Lavinotinto.com
Foto: FIFA