Un zapatazo rabioso de un defensa con arrestos para meterse en el corazón del área rival en plena final de un Mundial y poner el colofón a una magistral jugada colectiva que supuso el gol del título de 1970.
Con esa imagen imborrable, que resume las dotes técnicas y el carácter del eterno capitán de la Canarinha, Brasil y todo el mundo del balón siempre recordarán a Carlos Alberto Torres, fallecido en Río de Janeiro a los 72 años de un infarto.
El gol de Carlos Alberto le puso la guinda a la goleada por 4-1 en la final del Mundial de México 1970, en el que el Brasil de Pelé barrió a Italia y ganó su tercer título.
Ese día, el capitán de Brasil también creó escuela al besar el trofeo Jules Rimet antes de levantarlo por encima de su cabeza, un gesto emotivo que, desde entonces, ha sido imitado millones de veces cada vez que un equipo grande o pequeño gana un campeonato.
Carlos Alberto era uno de los más destacados integrantes de esa selección que cualquier aficionado al fútbol sabía recitar de carrerilla y que pasó a la posteridad como una de las mejores de todos los tiempos.
Por su carácter fuerte y su liderazgo, Carlos Alberto fue designado capitán del equipo.
En el campo, fue uno de los mejores ejemplos de la prolífica escuela brasileña de laterales ofensivos, un jugador completo, con un gran despliegue físico, capaz de correr la banda derecha completa, pasando de la defensa al ataque en velocidad y con la misma solvencia e intensidad.
En su larga carrera, militó en tres de los clubes grandes de Río de Janeiro, el Fluminense, el Botafogo y el Flamengo y fue compañero de Pelé en el Santos a lo largo de dos etapas, que sumaron siete años.
A pesar de su gran nivel, Carlos Alberto fue excluido por el técnico Vicente Feola de la selección que participó en el Mundial de 1966, una decisión que en la época causó una gran polémica porque el lateral derecho atravesaba el apogeo de su carrera.
Cuatro años después pudo desquitarse, al entrar en la nómina del Mundial de 1970, nada menos que como capitán y con el resultado de su inolvidable victoria.
Tras ganar el título, Carlos Alberto dedicó la victoria deportiva “al pueblo brasileño”. Años después explicaría que se trató de un reconocimiento velado a las penurias y vejaciones que vivió el país bajo el régimen militar que estuvo en el poder entre 1964 y 1985.
Cuando su vigor físico disminuyó, siguió los pasos de Pelé y se fue al Cosmos de Nueva York, donde volvió a coincidir brevemente con el “rey” fútbol, y en el que el lateral derecho acabó retirándose en 1982, a los 38 años.
Entonces dio el salto a los banquillos, haciendo gala de sus dotes de liderazgo y una fuerte personalidad, y condujo a 16 equipos en cinco países: Brasil, Colombia, México, Estados Unidos y Omán y terminó su carrera profesional dirigiendo a la selección nacional de Azerbaiyán entre 2004 y 2005.
Su mayor éxito como entrenador se dio precisamente en su primer año en los banquillos, en 1983, cuando llevó al Flamengo a ganar el título de la liga brasileña.
En la última década, cuando perdió el gusanillo por la competición, se alejó de los clubes pero no del fútbol, puesto que siguió dedicándose al deporte rey como comentarista de televisión.
En ese cargo mostró, más que nunca, que no tenía pelos en la lengua y que mantenía el carácter fuerte que fue uno de sus principales rasgos como jugador, por lo que le rinde homenaje todo el fútbol brasileño, desde sus incondicionales hasta sus numerosos detractores y los blancos de sus ácidas críticas.
EFE
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