El fútbol nacional sigue en un ciclo que no parece tener fin, arrastrando sus virtudes y miserias por igual, planteando soluciones simplistas para problemas profundos, que afectan incluso a la sociedad.
Fanático es, en su acepción más común, el “que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones”. Un término prestado de otras disciplinas, aplicado al fútbol y que –sin querer queriendo- justifica actitudes y acciones.
La persona así llamada no presenta los mismos comportamientos de otras, matizados por situaciones particulares y generales. Sin embargo, no deja de ser una persona como cualquiera, con derechos, deberes y conductas sociales.
Alejar al público visitante de los estadios es una solución inmediata, impactante, que no se sabe si será efectiva o suficiente. Lo que sí producirá, como en el caso argentino –por citar el más conocido actualmente- es un efecto negativo en el espectáculo que debería ser cada partido, como producto, como entretenimiento.
Intentar darle herramientas al aficionado, entendido como el “que siente afición por un espectáculo y asiste frecuentemente a él”, para que conviva con su semejante, para que cumpla y haga cumplir normas de convivencia en un escenario público, es una solución menos popular pero más duradera.
No es solamente que pagarán justos por pecadores, es que se seguirá justificando la falta de un plan para mejorar el fútbol nacional, en un aspecto que al momento de plantearse un cambio quedó a la zaga de la comercialización y la calendarización, entre otros.
Javier Rivera
Foto: Elio Bencomo
Lavinotinto.com
